Haití, de ida y vuelta. “La vida es dura”
Esa mitad de la Isla “La española”, descubierta por Cristóbal Colón en el siglo XV, no muestra signos de crecimiento ni de modernismo, casi que en ninguno de sus recorridos.
por Isabel Jorge Osaba
Llegar al aeropuerto de Puerto Príncipe y trasladarnos, gracias al Ejército Uruguayo, hasta la base militar Gonzalo Martirené” del Batallón “Uruguay VI”, en Mirabalais, nos permitió una primera mirada de ese país protagonista de tantas de noticias tristes, y que no creíamos poder visitar.
Las carreteras, muchas en refacción, dejaban a cada lado centenares de casas precarias, con sus habitantes fuera de ellas a toda hora, y decenas de niños pequeños jugando o comiendo tranquilamente; además de otros que al igual que los adultos, adoptaban esa postura que denota que allí, nada pasa, sólo el tiempo.
En cada cascada, que caía de las montañas se podía ver gente bañándose, casi sin ropa, frotando el jabón en sus cuerpos y en el de los niños.
El mismo lugar era aprovechado para lavar la ropa y colgarla en los arbustos, para secarlas al sol.
Después comprendí, que esa práctica tan habitual, contamina los pocos cursos de agua limpia con miles de productos que la dejan no apta para el consumo humano. En ella también descansan los pocos animales que se encuentran en la isla, como cerdos, cabras y vacas.
La mayor parte de la población haitiana carece de los mínimos servicios que le permitirían despegarse de la pobreza que les caracteriza. El gobierno, no provee de ninguno de esos servicios.
El agua potable es un recurso preciado que deben comprar en bidones de 20 litros, en los puestos que se dedican exclusivamente a ese rubro.
Si bien el estado realizó pozos en varias localidades instalando bombas manuales de extracción, el agua no es potable, y genera muchas veces parásitos y diarreas.
Quien sólo puede acceder al agua de pozo, debe utilizar cloro para su descontaminación, pero cuando no pueden comprarlo, se exponen a las consecuencias mencionadas.
El 4 de abril, salimos rumbo a Haití, invitados por el Ejército Nacional, a ser testigos de las tareas que realizan nuestros efectivos en las Misiones de Paz.
La Minustah, tenía como objetivo cuando llegó al país, garantizar la seguridad de la población y de las instituciones de gobierno, para permitir el crecimiento de la nación y la instalación de un gobierno democrático y sustentable.
Actualmente, el aporte que se puede apreciar, significa un grano de arena en la inmensidad del desierto.
Los uruguayos llegan pensando en dar mucho de sí a la comunidad que los rodea, pese al mandato de no socializar. Respetar esa orden, es imposible para cualquiera que llegue de estos lares. La esperanza es hacer la diferencia, al menos por un día, a uno de ellos. Y qué no decir, si es a uno cada día durante nueve meses.
En cada salida desde las bases del ejército, que nos elevaron a más de 2.000 metros, apreciamos las diferentes construcciones que se van adaptando a los recursos de la zona: en la cercanía de las montañas, las casas son hechas de piedra.
A medida que llegamos a las llanuras, las casas se vuelven de bloques, barro y paja. Todo es extraído de lo que se posee más cerca. Se estira la mano, y lo que hay, es lo que se usa. Se estira la mano, se recorren varios kilómetros, y lo que se encuentra, es lo que se come.
Muchas de las viviendas tienen diseños arquitectónicos perfectamente elaborados y complejos, sin verse casi, la utilización de vidrios, pero sí de rejas, en cada abertura.
Según nos relataron los efectivos militares, en más de una oportunidad debieron asistir y evitar el linchamiento de algún ladrón atrapado in fraganti. Sin embargo, el tema de la seguridad está muy presente entre los haitianos, pues toda casa tiene altos muros, casi pegados a la fachada.
Las viviendas, parece que estuvieran todas en proceso de finalización, con vigas saliendo de los techos y paredes, para no pagar impuestos ya que aún no están terminadas.
Cuando avanza la noche, la única fuente de luz que se puede apreciar, es la que proporcionan los faroles de los autos. A nuestro paso en vehículos cuatro por cuatro, se podía ver a los habitantes de las montañas y de los pequeños poblados, apostados en el descanso de sus hogares, conversando, o nuevamente, dejando pasar el tiempo.
Las viviendas no tienen luz, agua por cañería ni saneamiento. Dentro del hogar, apenas existen unos pocos muebles. Afuera, unas simples sillas. Sólo unos cuantos jóvenes rompen la monotonía del paisaje y distorsionan los sonidos, paseando con mp3 y auriculares, e incluso radios, al viejo estilo de los 80.
Varias veces fuimos objeto de insultos, por aquellos que no aceptan la presencia de ONU, o quienes no son adeptos a la llegada de turistas a sus lugares de visita obligada.
Cada uno de esos destinos, nos acercaba a varios niños que se ofrecían para ser nuestros guías, hablando perfectamente el español, pero repitiendo todos, el mismo relato, el cual aprendieron de otros guías, y ellos de sus antecesores. Aquí no hay posibilidad de googlear para obtener más información. Los datos son esos.
Mi guía de la Ciudadela de Lafferriere, hablaba, además del francés natal, inglés, español y alemán.
Es que desde el primer año de escuela, reciben capacitación en inglés y español, por ser los idiomas más utilizados en las regiones cercanas.
Josse, de 12 años, me comentó orgulloso, que aprendía las palabras con cada turista, para poder atenderlos, pero que después de la escuela, ya no había seguido estudiando.
Josse obtiene sólo algunos dólares por cada visitante. El turismo no es demasiado. Haití no es un destino preciado. Por día llegan pocas personas a la fortaleza, y son disputadas entre los autorizados a trabajar allí, pues existe una asociación de guías que les otorga un carnet con su foto.
Gracias a todo lo que tienen para enseñar nuestros efectivos, y las pequeñas conversaciones robadas a los lugareños, supimos que un haitiano, sobrevive con 23 dólares mensuales.
Asistir a la escuela privada, si no pudieron ingresar a la pública, cuesta 12 dólares por mes. La diferencia entre asistir o no, puede estar dada por acceder además, a los útiles y uniformes.
Cantinas militares, que cumple 100 años en éste 2014, llevó camisetas de la selección nacional y pelotas de futbol para una de las escuelas que cuenta con financiación de la Minustah.
Al llegar, todo era pulcritud. Sin papeles en el piso y sin muebles rotos. Los jóvenes que asisten de primero a noveno grado, lucían uniformes perfectos y cabellos ordenados. La higiene se nota en cada detalle, porque es un orgullo recibir educación.
Otras de las actividades que me permitió hacer decenas de preguntas, fue asistir a una proyección de cine.
Nuevamente nuestro ejército se obliga a interactuar y marcar la diferencia con los otros contingentes, que se van de la isla sin haber salido de la base, porque simplemente no está en su naturaleza.
El equipo de comunicacioneses el encargado de llevar un camión, un proyector, pantalla, parlantes y alguna película para los más chicos.
Mientras nos acercábamos, vimos a los soldados jugando un picadito con los lugareños. Alrededor, el sol iba cayendo y ya no se vislumbraba nadamás. Apenas una o dos casas se iluminaban con velas. El alumbrado público estaba apagado.
Cuando comenzó la película, el silencio se apoderó de los presentes y se rompía una y otra vez, sólo con las carcajadas.
A los costados del camino hay grandes ferias donde todo se vende. Los productos son pocos: mango, banana, papa, boniato, tomate y cebolla. Además, abundan las bolsas de carbón, único combustible que vimos durante 7 días, además de botellas de nafta, que se venden en envases de 1 a 5 litros, al igual que el aceite comestible.
Cada una de esas bolsas suponen la quema de centenares de árboles todos los días, para obtener 20 dólares por cada una de ellas.
Éste promedio, es impactante, si consideramos la escasa plantación racional que se efectúa en suelo haitiano. Entre los inconvenientes que esto genera se puede mencionar el riesgo de aludes, en la temporada de lluvias, o incluso por el re secamiento del suelo.
También en la calle y al rayo del sol, hay carne seca de pescado, cabra o vaca.
Abundan los puestos de venta de ropa, calzado, carteras, sábanas y frazadas. Todo proviene de las donaciones internacionales que se consiguen gracias a la presencia de la ONU, y la compasión de la gente.
Una sensación que me embargó durante mi estadía, era la de presenciar que se están comiendo la isla.
Los grandes camiones MACK, recorren las carreteras llevando piedra y arena extraída de las montañas. La gente vende y consume lo que tiene al alcance de la mano. Los niños y las mujeres recorren calles y campos en busca de algo para comer y para vender.
No se aprecia casi, plantaciones extensivas de ningún producto. Parece como si las semillas cayeran y germinaran, producto de la gracia divina, y no de la planificación para obtener mejores resultados de la poca tierra productiva que poseen.
En alguna instancia, pude apreciar la plantación en terraza, tal como debieron hacer sus ancestros para producir alimentos en una zona árida, pero eso sólo alcanzó para una foto.
Una frase que escuché varias veces fue: “La vida es dura”, pronunciado en perfecto español, primero por un hombre que se acercó a pedir plata, comida, libros, o cualquier cosa que le pudiera ofrecer. Después, por una mujer en Puerto Príncipe, que quería saber quiénes eran esos que estaban filmando y sacando fotos. Ella pedía plata para un café. Acaso un cigarro…
Yo fui a Haití acompañando a 160 efectivos militares que salían en el primer avión de relevo, de otros tantos que regresarían al país. En total, más de 900 volvieron a sus hogares, pero 329 de ellos, no serían reemplazados ya que ONU, prevé la disminución progresiva de todas las fuerzas hasta el año 2016.
A partir de ahí, Haití será diferente. No recibirá tantas donaciones. El mundo dejará de verlos. Desaparecerán del mapa. Nadie sabrá la verdad oculta tras las montañas. A nadie le importará llevar agua potable a los pueblos, como hacen los uruguayos, llevar comida una vez por semana a diferentes organizaciones, proyectar películas de cine, o enseñar clases de música, como hiciera uno de los tantos, que salían a diario a brindar su ayuda y compartir saberes.
El militar uruguayo deja la seguridad de su hogar, su familia y sus camaradas, pensando en progresar económicamente, pero su naturaleza le impide mantenerse pacífico e impávido ante el sufrimiento y la carencia de quienes les rodean. Es que ellos se enfrentan con una realidad diferente, y tienen que afrontarla con un nudo en la garganta.
Sin duda que la única satisfacción, es saber que vuelven, habiendo dejado algo en la isla, como afecto, conocimiento y valor al ser humano que los recibió.
Estar en Haití, fue como estar en familia. Cuidados, protegidos, contenidos,y con decenas de historias dignas de ser recordadas y vueltas a contar.
No hay héroes. Cuando salíamos de la isla, nadie saludó a los militares y les agradeció por su permanencia en la misión.
Nadie parecía notar que 900 hombres y mujeres se iban.Eran un trámite más de tantos que se realizan a diario. Es que quienes integran la misión, lo hacen por un motivo económico, pero los uruguayos, creo que se vuelven a su país, aún más humanos.
Las muestras de afecto y de respeto, se dieron en suelo uruguayo. Los superiores al mando del contingente despidieron y recibieron a sus hombres, con palabras de aliento y gratitud, recordándoles que en el brazo izquierdo, está la bandera con nueve franjas que debe guiarles y darles fuerza, en los momentos de desaliento o debilidad.
Hay quienes piensan que ONU, debería retirarse de todos los países en los que actúa, ya que es una intromisión a la soberanía. Pero… ¿Qué será de Haití cuando se vaya la ONU?
Sólo el tiempo lo dirá.
En siete días, nada me mostró que fueran capaces de sobrevivir, sin llegar a padecer a corto plazo, de una gran revuelta social, o epidemias debido a la carencia de elementos vitales para la sobre vivencia. Incluso creo que a corto plazo, la hambruna se podría apoderar de esa tercera parte de la isla. No producen nada más que lo necesario para el consumo diario.
La nación pionera en independizarse del régimen español, y que marcó el principio del fin de la esclavitud, no muestra señales de una economía sustentable. En Haití sólo pasa el tiempo, y nada ni nadie se queda.
Las caras de los niños, son sonrientes. La de los niños chicos. Se mueven, saludan, bailan, tiene espíritu alegre. Cuando nos encontramos con aquellos que pasan quizás los 10 años, la mirada se va apagando. Algún joven puede verte con ojos brillosos… pero a medida que se hacen más grandes, el fuego se extingue, y la foto, permite quedarse con esa mirada en la retina: Ya no hay esperanzas.
Gracias por la oportunidad.
L/D
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