Miércoles, 23 Abril 2025

Este Día de la Tierra, escucha el latido verde de Uruguay

En este Día de la Tierra celebramos la fuerza de la naturaleza y de quienes la protegen: desde las arenas vivas de Cabo Polonio hasta los huertos resilienes de Canelones Oeste, cada gesto de cuidado es un himno a nuestro hogar común.

 

Por Jacobo Malowany para CIPETUR 

 

Durante este mes de abril mis pasos me llevaron desde los viñedos en reposo tras la vendimia, con sus cepas dormidas a la espera de renacer en agosto, hasta las dunas vivas de Cabo Polonio, refugio de lobos marinos en noches sin faroles. En cada tramo del viaje encontré historias de resistencia: las huertas orgánicas de Canelones Oeste, donde los agricultores doman la escasez de agua con riego por goteo y abonos naturales, y las lagunas donde los pescadores de camarones ajustan sus redes cada amanecer, pese a que la sequía elevó la salinidad y redujo las capturas.

Caminé descalzo sobre la arena cambiante de Cabo Polonio, sintiendo bajo mis pies cómo el viento esculpe un paisaje que respira. Allí, en la penumbra sin electricidad, aprendí de quienes eligieron vivir a la luz de las estrellas para no perturbar a las aves nocturnas. Su orgullo silencioso me recordó que el verdadero lujo es preservar el ritmo primario de la Tierra.

En Canelones Oeste, observé cómo la tierra habla a través de sus surcos: las manos de quienes cultivan lo conocen como un viejo amigo que exige cuidado constante. “Este suelo guarda cada gota de lluvia”, me dijo un productor, y entendí que cada zanahoria o brote de zapallo cabuyo lleva impresa la memoria de la sequía y la esperanza de la próxima tormenta.

Al embarcarme en una pequeña lancha, sentí el vaivén de las aguas y escuché a los pescadores relatar la escasez de camarones. Sus voces se mezclaban con el rumor del agua: “Cada vez hay menos”, decían, y sin embargo mantenían viva la confianza de que el ciclo volvería a regalarles mareas generosas.

De regreso a tierra firme, celebré esos relatos con un plato sencillo: empanadas de zapallo cabuyo, ensaladas de brotes frescos y postres con miel de monte. Cada bocado fue un puente entre el campo y la mesa, un recordatorio de que nuestra alimentación puede ser un acto de gratitud.

Hoy, Día de la Tierra, comprendo que somos jardineros de un jardín invisible, pinceladas de vida en un lienzo compartido. Como un río que cincela la roca con su insistencia, cada gesto tierno —sembrar una semilla, ajustar una red, apagar una luz— moldea el cauce del futuro. Cuidar este suelo es cuidar de nosotros mismos, porque al final, la Tierra no nos pertenece: somos nosotros quienes pertenecemos a ella.

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