Miércoles, 02 Abril 2014

El maestro está de viaje

“Cuando yo parta, deseo que Casapueblo siga manteniendo su filosofía, y le sirva a toda la gente de Punta del Este y del mundo como fuente de inspiración; que no pierda su energía, porque Casapueblo es el reflejo de mi propia vida”. Carlos Páez Vilaró.

por Freddy Caruso

¡Hola, Sol…! Otra vez sin anunciarte llegas a visitarnos. Otra vez en tu larga caminata desde el comienzo de la vida
¡Hola, Sol…! Con tu panza cargada de oro hirviendo para repartirlo generoso por villas y caseríos, capillas campesinas, valles, bosques, ríos o pueblitos olvidados...


Desde mis terrazas te veo llegar cada tarde como un aro de fuego rodando a través de los años, puntual, infaltable, animando mi filosofía desde el día que soñé con levantar Casapueblo y puse entre las rocas mi primer ladrillo...

 

Con tus latidos conmueves el mar, das música a la siembra, la usina y el mercado...

¡Hola, Sol…! Gracias por volver a animar mi vida de artista. Porque hiciste menos sola mi soledad. Es que me he acostumbrado a tu compañía y si no te tengo te busco por donde quiera que estés. Por eso te reencontré en la Polinesia, cuando te coronaron rey de los archipiélagos de nácar y los arrecifes dentellados de coral, o también en África, cuando dabas impulso a sus revoluciones libertarias y te reflejabas en el espejo de sus escudos tribales para inyectarles coraje. Te estoy mirando y veo que no has cambiado, que sos el mismo sol que reverenciaron los aztecas, el mismo de mi peregrinaje pintando por América, el que envolvió la Amazonia misteriosa y secreta, el que me alumbró los caminos al Machu Picchu sagrado del Perú, el de los valles patagónicos o los territorios del sioux o del comanche. El mismo sol que me llevó a Borneo, Sumatra, Bali, las islas musicales o los quemantes arenales del Sahara...


¡Gracias, Sol…! Por regalarnos esta ceremonia amarilla. Gracias por dejar mis paredes blancas impregnadas de tu fosforescencia.

¡Chau, Sol…! Cuando en un instante te vayas del todo, morirá la tarde. La nostalgia se apoderará de mí y la oscuridad entrará en Casapueblo. La oscuridad, con su apetito insaciable penetrando por debajo de mis puertas, a través de las ventanas o por cuanta rendija encuentre para filtrarse en mi atelier, abriéndoles cancha a las mariposas nocturnas.

¡Chau, Sol…! Te quiero mucho…
¡Adiós, Sol…! Mañana te espero otra vez. Casapueblo es tu casa, por eso todos la llaman la casa del sol. El sol de mi vida de artista. El sol de mi soledad. Es que me siento millonario en soles, que guardo en la alcancía del horizonte.

¡Cuánta sabiduría, experiencia de vida y calidez humana encierran estas estrofas -las más bellas para nosotros - que nos tomamos el atrevimiento de extraer de “Oda al Sol” u “Homenaje al Sol” que escribiera el gran artista, ¡el gran maestro! ¿Por qué y para qué nombrarlo?, si él ya está en la memoria colectiva de todos los uruguayos como un hombre excepcional que deja una obra perpetua reconocida e indiscutida a lo largo y ancho del planeta.

Pintó muros, tambores, autos, casas, barcos, aviones y hasta en la mismísima sede de la Organización de Estados Americanos -OEA- a través de su obra “Raíces de la paz” en un túnel de 162 metros de extensión que une los edificios antiguo y moderno de la Unión Panamericana. Suena increíble que un artista uruguayo haya llegado a tal reconocimiento, como para realizar una obra de esa magnitud, pero para nuestro creador quizá fue una más de las tantas realizadas y expuestas en los cinco continentes. Sí, Páez Vilaró expuso su arte en América, Europa, África, Oceanía y Asia a lo largo de una inigualable carrera.

Él fue pintor, escritor, muralista, escultor, constructor, ceramista, compositor, cineasta y mil cosas más. Pero digamos que no menos excepcional fueron su forma y estilo de vida. Porque Páez Vilaró fue un hombre al que la fe, el entusiasmo y la esperanza le brotaban por los poros. Fue  un visionario excepcional que creó  Casapueblo  -su obra cumbre- de la nada.

De un desierto de arena y roca por el cual nadie de la época daba un centésimo, construyó una obra maestra con sus propias manos, aferrado a sus innegables convicciones y a un amor propio indestructible. "Casapueblo la construí como si se tratara de una escultura habitable, sin planos, sobre todo a instancias de mi entusiasmo”, dijo una vez.

El sol de Punta Ballena fue siempre su horizonte más preciado, pero también  se jactaba de haber sido confidente de la Luna: “Entre Carlitos y yo estaba la Luna, que me miraba desde el cielo. Y yo le había chiflado detrás de la cordillera, como para que supiera que estaba ahí”, escribió en el libro “Entre mi hijo y yo, la Luna”.

Debemos recordar que Páez Vilaró fue partícipe directo y luchador incansable e involucrado  -durante los 72 días que duró- en la tragedia de los Andes, hecho que conmovió al mundo entero. Allí afloró el hombre de fe y esperanza inquebrantable en toda su dimensión, dejando al artista de lado para convertirse entonces en un luchador a brazo partido por la vida de su hijo.

No darían todas las páginas de Shop News para escribir sobre las obras, las experiencias de vida y los reconocimientos que el maestro recibió a lo largo de su vida.
Su arte lo llevó a vincularse con ricos y famosos, pero también tuvo lazos muy afectivos con representantes de la raza negra del país a través del Barrio Sur y las Llamadas.

Uruguay  ha perdido a su gran artista, pero seguramente el cielo lo recibió con los brazos extendidos, como él se lo merecía. A no dudar: siempre estará velando por el sol de su Casapueblo.

Nosotros queremos imaginarnos que el maestro… está de viaje.

 

imagen: candombe.info

publicado en Revista Esso Shop News

 

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